Cuando la crianza se convierte en un deporte de competición

Hoy te traigo mi último artículo Cuando la crianza se convierte en un deporte de competición publicado en El Periòdic. Puedes leer el artículo original en catalán aquí. Y a continuación te dejo la traducción al español:

 

Evitemos las comparaciones. Cada niño es único y excepcional.

«¿Aún lleva pañales? Uy, el mío usa el orinal desde hace meses.»
«¿No habla? Mi sobrino también tiene un año y habla por los codos.»
«Cuando Marcos tenía la edad del tuyo, ya hacía los deberes y estudiaba solo.»

Vivimos en un mundo competitivo y lleno de prisas donde los adultos nos pasamos el día mirando lo que tiene el de al lado que nos falta a nosotros, y viceversa. Hemos normalizado en nuestras vidas la comparación y la inmediatez y, de rebote, pretendemos que nuestros niños también sean los más rápidos en alcanzar los aprendizajes y metas de desarrollo. Como si por el hecho de ser los primeros de su clase en aprender a leer, por ejemplo, fuera garantía de un futuro con éxito (independientemente de lo que signifique para ti tener éxito en la vida).

Antes no tiene por qué ser mejor. Y si no, piensa en alguien de tu alrededor que por un motivo u otro sientes cierta admiración: ¿serías capaz de adivinar si empezó a andar o leer antes o después que tú? Probablemente no, ni falta que hace.

Cuando nos convertimos en madres y padres es habitual empezar a observar las proezas de los niños de nuestro alrededor y compararlas con las de nuestro hijo o hija. A menudo lo hacemos con naturalidad, sin otra intención que la de compartir nuestra experiencia como padres, a veces con orgullo ya veces con preocupación por si nuestro pequeño está siguiendo el desarrollo esperado o si hay algo de lo que debemos preocuparnos .

Sin embargo, en otras ocasiones podemos percibir cierta competición para ver quién es la madre o el padre perfecto con los hijos perfectos y vida perfecta, convirtiendo la crianza en una especie de deporte de competición. A ver quién tiene el hijo que duerme más horas, el más inteligente o el que más ha aprendido.

Comparar a un niño con otro no tiene sentido ni aporta ningún beneficio ni a los niños ni a sus padres.

Cada persona tenemos un ritmo diferente, y lo mismo sucede con los niños. Hay niños que empiezan a hablar muy pronto, niños que necesitan más tiempo para controlar los esfínteres, unos empiezan a andar antes del año y otros necesitan varios meses más… y nada de esto tiene por qué ser preocupante. El aprendizaje puede ser más rápido o más lento, pero lo que realmente importa es que vayan progresando en su desarrollo.

El intervalo de tiempo en el que un niño adquiere destrezas es muy amplio. Y, en cualquier caso, si sospechamos de un posible retraso o hay algo que nos crea inquietud, habrá que consultar con un especialista, en lugar de dejarnos guiar por la opinión de la amiga o familiar que no tienen por qué saber sobre el tema.

Cuando no existen trastornos en el desarrollo, lo único que hace falta es observar y acompañar respetando el ritmo de la criatura. Cuando sea su momento, lo hará. Ni antes ni después. Podemos ofrecer un ambiente preparado que facilite el aprendizaje, pero la sobreestimulación no es una buena idea, ya que al intentar acelerar el proceso podemos crear problemas derivados de la falta de madurez. Cada niño vive el proceso a su manera y es necesario respetarlo y, sobre todo, ayudarle en caso de que presente algún tipo de dificultad.

A menudo, las comparaciones no se quedan únicamente en conversaciones entre adultos, sino que lo comunicamos también a los niños. Utilizamos las comparaciones con otros niños, sean amigos o hermanos, para mostrar lo que esperamos de ellos. Estas situaciones se pueden dar en casa, por ejemplo: «Mira tu hermana qué bien se porta y tú, en cambio, te pasas el día molestando», y también en el aula: «A ver si tomáis ejemplo de Pablo que trabaja en silencio, no como el resto de compañeros».

«Papá, mamá, docente: mírame. No soy mi hermano, ni el hijo de la vecina, ni tampoco el compañero de clase. Soy yo. Cuando me pides que me comporte como cualquier otro niño, lo que entiendo es que yo no soy suficiente. Si necesitas corregir mi conducta, enséñame con tu ejemplo, dame opciones, explícame qué es lo que sí puedo hacer. Averigua qué se esconde detrás de mi comportamiento, ya que probablemente te estoy intentando decir algo. Recalcar lo bien que lo hacen los demás y lo mal que lo hago yo sólo hace que me sienta inferior, incapaz.»

Comparar a nuestro hijo o hija con su hermano, primo, amigo o vecino tiene consecuencias tanto en el momento en que lo hacemos como más adelante: aparecen los celos y la envidia, la rivalidad entre iguales, la autoestima del niño se ve afectada, siente la necesidad de convertir cualquier pequeño acto en una competición o por el contrario se da por vencido sin siquiera intentarlo porque no se siente a la altura. No cumplir con las expectativas (ajenas o autoimpuestas) genera frustración y un miedo constante a fallar, no sólo en el presente, sino también en la vida adulta.

En nombre de la educación, a veces caemos en la manipulación y chantajes emocionales esperando influir en el comportamiento del niño y así satisfacer nuestras expectativas. La gran mayoría de padres y madres amamos a nuestros hijos y queremos lo mejor para ellos. Aún así, en muchas ocasiones, nuestra forma de acompañar no es coherente con lo que pretendemos conseguir.

Educar no es fácil. Encontrar el equilibrio entre alentar y respetar las características y el ritmo de cada niño tiene su qué. No es suficiente con amar a nuestros hijos, hay que asegurarnos de que ellos saben que los amamos. Que sepan que los aceptamos tal y como son, con sus virtudes y defectos, con sus aciertos y sus errores. Que nuestro amor por ellos es incondicional y va más allá de sus logros o fracasos.

«Papá, mamá: confía en mí. Soy capaz de aprender. No me compares. Necesito tiempo, comprensión, paciencia, respeto y amor. ¿Me acompañas?»

 

¿De dónde hemos sacado la loca idea de que para que un niño se porte bien primero tenemos que hacerle sentir mal? (Jane Nelsen)

Cuando la crianza se convierte en un deporte de competición. Evitemos las comparaciones. Cada niño es único y excepcional - cristic.com

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2024-03-20T11:59:00+01:00

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